Adiós vinagreta,
adiós carbohidrato,
la luna se estorba
al ver tu maltrato
…Adiós esqueleto,
huesitos sin alma
la radiografía
de un cuerpo que no ama…
Si te vas, adiós
vete a cantarle a la luna
tú eres sólo buche y pluma
goodbye, adiós
Oprovio (fragamento), Rafael Hernández
Siempre se ha dicho que las personas tienen resistencia a contar experiencias realmente íntimas. Romperé con eso aquí mismo ¿Por qué no?
Esta semana tuve el placer de encontrarme con Adonis (Tammus, Atuns, Baldur o Atunis) según la mitología de preferencia. Fue como ver detenido el tiempo, sus ojos verdes almendrados, su piel bronceada a la perfección, sus cabellos cuidadosamente arreglados (cada hebra) semejaban el atardecer de noviembre con sus dorados y rojizos momentos; sus labios casi perfectos recordaban el momento de la expulsión del paraíso por culpa de tan extraña fruta (injusta culpa con la que carga la pomácea que conocemos como manzana); su indumentaria hacía pensar en el alfarero que cuida cada detalle de una pieza dedicada al más exigente de los gustos.
Esa deidad, que recordaba historias de vida, muerte y renacimiento, en solo un instante hizo que olvidara los malos humores de una diosa tan poderosa como Afrodita (que seguramente ya había posado sus deseos en él).
En un instante, en medio de todo mi ensueño, noté que su cabeza (tan exquisitamente peinada) no se erguía en ningún momento. En sus manos un acompañamiento copaba toda su atención, un aparato que me transportó a los primeros años de los complicados cálculos aritméticos (que aún hoy no entiendo del todo); lo extraño era que Adonis parecía disfrutarlo, sus perlados dientes afloraban con cada mirada a la moderna calculadora que le cortejaba.
Nada de “buenos días” o modales refinados, todo quedó reducido al “lo siento” pronunciado cuando (de manera intencional) rocé su brazo, fue el momento en el que compartimos la ambrosía que para mi fue ese contacto; aun así se negó a reconocer mi presencia y solo obtuve su indiferencia. Lo perdoné de inmediato pensando ¿quién soy para juzgar a ese dios que me dejaba observarlo?
No sé cuánto más pasé absorta en su pelo de otoño, en sus manos de caricias pendientes (“las mías”, pensé), en las sonrisas que regalaba a su calculadora (supongo que computaba las horas en las que seríamos felices… muchas).
No aguaté un instante más… decidí acercarme porque me daba la impresión de que no sabía lidiar del todo con el aparato (por más que tecleaba nunca terminaba de resolver el problema). Eso no podía ser otra cosa que falta de conocimiento.
-No tiene lápiz para anotar, ni una hoja… ¿como hará para recordar las cifras y los problemas planteados?- solo eso cruzaba por mí. Mi Adonis me gritaba que lo salvara (si, ya era decididamente mío). Me armé de valor, lápiz, papel y una excusa muy tonta para acercarme.
Con las rodillas tan quietas como se puede en el encuentro con el amor, adecué mi voz para que fuera tan suave que apenas rozara sus delicados aparatos auditivos (para no perturbar su divinidad) y con unas gotas de mi fragancia de emergencia (que aguardaba por él en el fondo de mi bolso) me dirigía directo a su encuentro.
-Hola, disculpa (decidida a tutearlo para que notara mi cercanía) te estuve observando y… - fue todo lo que pude decir.
-“Ah!! Si, tú tiene que se’ la asitente que toy’ eperando… mira tengo una cuetion pendiente y no puedo habla’ mucho… dile a tu jefe que ya llegué y que si no puede salí rápido que mejol me tire a mi BiBí porque no tengo tiempo que peldé… Ah! Ante tráime agua o un juguito que tengo la galganta seca”.
Sin más, noté que el tiempo discurría sin hacer más largos o más cortos los minutos (seguían con 60 segundos cada uno según mi reloj). Sus ojos verdes eran la falsedad de unos lentes de contacto, su piel tenía el dorado acumulado de crema bronceadora mal aplicada. Sus cabellos de otoño se convirtieron en una oda a lo inexistente (coloración, gel y/o gomina y betunes varios), el dorado-rojizo fue una ilusión que sólo se disfrutaba en la distancia.
Sus labios distaban bastante de la perfección, el maquillaje era la razón de mi visión (desmontaba mi teoría de la expulsión del paraíso). De su atuendo… mejor no mal gasto mis palabras en un recuerdo tan extendido de una historia tan breve.
Esa fue la historia de amor más breve que he tenido.Su nombre era Juan.