miércoles, 25 de noviembre de 2009

No me culpes por ser tan linda

Una vida lo que un sol
vale
Se aprende en la cuna,
se aprende en la cama,
se aprende en la puerta de un hospital.
Se aprende de golpe,
se aprende de a poco
y a veces se aprende recién al final.
Toda la gloria es nada,
toda vida es sagrada...
…No dejaremos huella,
sólo polvo de estrellas.

“Polvo de Estrellas”, Jorge Drexler.


Hace unos días visité el blog de mi amigo Franklin (sanchezfranklin.blogspot.com) –escritor ocasional pero entretenido- y en esa visita leía la conclusión de que “…somos hermanos, pero indudablemente solo de Padre”, eso escribió mi caro amigo.

Cada día reflexionaba sobre ese artículo, miraba con mucha curiosidad a mis “hermanos de Padre”. Un día, absorta en mis observaciones, escuché a un compañero decir, y cito: “¿Cómo se atreve a salir a la calle?… mira esos palos de escoba… por Dios!!”. Para acrecentar mi sorpresa la exclamación fue corroborada por una fémina que le acompañaba.

Totalmente desconocedora (hasta este punto) del contenido real de aquella conversación, mucho menos de la curiosa coincidencia de aquel par, decidí inmiscuirme en la improvisada tertulia, -¿palos de escoba?- Pregunté asombrada, era más que evidente la joven carecía en su haber troncos, fustes, tablones, listones o cualquier variante de palos que se pudiera plantear.

Una risa interminable se apoderaba de ellos mientras me miraban de manera extraña. Las risas cesaron de forma abrupta cuando les manifesté que de verdad no entendía lo hilarante de la situación.

En un tono más serio me contaron que se referían a las piezas que sostenían la composición ósea de la dama, al parecer tenían necesidad de sacar todo lo que de ella habían pensado y yo (para ser honesta) deseaba saber hasta dónde llegaría la extraña plática. El monólogo de cada uno (de ellos) se prolongó por un tiempo que me pareció interminable; aquella joven (que por suerte se había marchado) fue objeto de las representaciones más bizarras que sobre alguien se pueda hacer. Muchos utensilios caseros fueron usados para describir aquella inocente fisonomía: esponja de fregar (brillo), refrigerador (nevera), cubo para agua (cubeta).

Al parecer no fue suficiente tan singular apreciación de aquella victima que osó desfilar una vez más por el lugar, por supuesto, ajena a todo lo que pasaba; de la nada surgieron animales de la selva en la pintoresca descripción: que si poseía labios iguales a los del gran mamífero artiodáctilo herbívoro Choeropsis liberiensis, de los mismos que habitan en África (me pareció menos ofensivo que decir hipopótamo), que sus piernas y cuello recordaban a otro artiodáctilo mamífero de los que pueden llegar a medir más de 5 metros: una Giraffa camelopardalis, que sus dientes eran replica de un Equus caballus y que caminaba con la gracia de un Elephantidae.

Toda esa conversación (además del Origen de las Especies de Darwin) me hizo pensar hasta dónde somos capaces de elegir la carga genética que determina la apariencia que tenemos (al margen de estilistas caros, de cirugías costosas, de telas que ocultan o que descubren pequeños y grandes detalles). ¿Será que podemos reflexionar juntos? Dos preguntas al aire: ¿es totalmente necesario premiar la capacidad de camuflar aspectos físicos? ¿Las únicas dignas de miradas y palabras halagadoras son las que tuvieron la suerte de poseer genes de esos que dan aspecto “visualmente atractivo”?

- “¿Por qué me culpas de ser tan linda? quizás en África sería centro de miradas que curiosas critiquen la falta de estética que adorna mi estructura genética… no me culpes, pero tampoco a ella”, así terminó una extraña conversación que pasó de la risa, por utensilios del hogar y terminó en un rápido viaje al zoológico.

martes, 17 de noviembre de 2009

De tardes mandarinas y otros menjurjes…

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Hace días compañeros me alentaban a escribir y dejar ver lo escrito (cosa complicada para mí, dada la inexperiencia). Luego me pareció que de la vida todos podemos hablar, todos compartimos en mayor o menor grado la prisa matutina, los calores de medio día o el frío insospechado que escasea cada vez más en esta isla.
Pero la razón que hoy me empuja a tomar mis clases de mecanografía de secundaria en serio, poco tiene que ver con esas prisas, lo que me trae aquí son pensamientos al aire en momentos de extraño ocio en los que solo se me ocurre remover las cosas de mi habitación.
¿Cuántas personas podrían estar pasando la misma tontería? ¿Soy la única que no espera el llanto de media noche de diciembre para decir que las cosas necesitan ser replanteadas?
Unas libras por rebajar (las mujeres comprenderán mejor que nadie este aparte), ropa que sacar de ese rincón tan molesto, zapatos que… (no esos son intocables); sigo con los accesorios esos que ya pasaron de moda, las hojas escritas, las no compartidas, los borradores, lápices que ya no uso… entonces aparece como un rayo inesperado en el alocado barullo de cosas revueltas una idea: ¿Y los amores? y si...
No es momento para melancolías, esperemos diciembre.
Quizás no debemos esperar las 12 del 31 para comer las uvas y pedir los deseos o quemar pedazos de esperanzas no materializadas hechas letras en un trozo de papel. Quizás sea el incienso con el que bañamos el ambiente el que consiga llevarse la rémora del día a día… quizás, quizás, quizás… titulo de una canción que debemos dejar de cantar y comenzar a cazar las tardes mandarinas de otoño y al tiempo botar los hollejos de esos recuerdos que de nada sirven.