porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola,
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto,
que es un asunto desgraciado.
Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno,
son como polvo, no son nada.
Tu destino está en los demás,
tu futuro es tu propia vida,
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas,
que les ayude tu alegría,
tu canción entre sus canciones.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Palabras para Julia (Fragmento). José Agustín Goytisolo.
La voz al otro lado no importaba más que la luz que parecía escurrirse de la bombilla al final del salón, al fin y al cabo era solo otro interesado en tarifas y servicios.
Eva decidió no comentar. No había disponibilidad, la agenda estaba cerrada.
Los pies le dolían. Decidió descalzarse, el contacto con el frío de la cerámica le parecía agradable y jugó con un objeto redondo que encontró mientras contaba las palabras para no parecer grosera con la voz al otro lado. No usar palabras demás o de menos era el secreto para que volvieran a llamar.
Colgó el auricular y se dio cuenta de que aún llevaba consigo el bolso rojo en el hombro y las llaves apretadas entre sus manos. Lanzó al sofá el bolso rojo que llevaba en el hombro y a la mesa las llaves que tenia apretada en sus manos. Poco importaba el lugar, después de todo a nadie molestaría.
Eva meditaba en su nombre siempre que podía. Creía en la predestinación. Pensaba que los nombres dictaban el futuro de las personas, esa era la única razón de que su amiga Alejandra tuviera tan buena estrella para obtener grandes cosas; ella en cambio desde que nació –decía- estaba sentenciada al pecado.
Empujada por el deseo de cambiar la desgracia de suerte que le tocó, volvía en sus pasos y cerraba la agenda para siempre jamás –se repetía de mes en mes-.
Siempre le llamó la atención que la espera parecía normal para muchos, sin embargo a ella le desesperaba.
Eva desesperaba mientras aguardaba por “Adán”, ese hombre que era su media mitad; uno que mordiera la manzana del pecado con ella y, lejos de rechazarla, se fuera a acompañarla al destierro.
Adán era el nombre de una nueva voz al otro lado del teléfono, como por inercia, abrió la agenda y anotó algunos datos mientras calzaba sus desnudos pies.
De un zarpazo cerró la agenda, tomo el bolso rojo del sofá y lo colocó en su hombro, tomó las llaves de la mesa y las apretó en sus manos mientras echaba un vistazo a la luz que languidecía en la bombilla al final del salón.
Decidió partir en busca de su jardín, su fruto prohibido y su Adán.