Quítate el vestido
las flores y las trampas,
ponte la desnuda
violencia que recatas…
Deja que descubra
los montes de tu mapa,
la concupiscencia
secreta de tu alma…
Pídeme que viole
las leyes que te encarnan,
que no quede intacto
ni un poro en la batalla…
Dime lo que sientes,
no temas si me mata,
que yo sólo entiendo
tus labios como espadas…
“Anda” (fragmento). Jorge Drexler
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A inicios de semana colgaba un escrito que, por ejercicio de conciencia, borré de este blog (es necesaria confesión). El motivo fue simple y sencillo: mi amigo Franklin me comentó en una muy honesta conversación que no entendía el contenido del mismo. Dos días después de pensar sobre la ‘tertulia’ entendí a la perfección a lo que se refería.
En el escrito todo eran palabras consecutivas que no mostraban a la Susie que él conoce ni la conoce nadie que haya tenido más de 4 minutos de contacto con ella. Era un montón de palabras ocultando su verdadera preocupación.
Ese día pensaba en el tema sinceridad o ser transparentes en todo momento lo que puede traernos serios inconvenientes, comenzando por nosotros mismos. Pensemos en todo lo que nos cuesta admitir un error y pedir disculpas de corazón, decir te amo meditando en todas las cosas que esto puede implicar. Damos por sentado que no son necesarias las expresiones verbales porque nuestras acciones deben hablar por nosotros.
A fin de evitar situaciones caemos en extremos. Podemos sobre-entender que todo está dicho con una llamada de buenos días o la pregunta fría de cómo le fue en el día, compartir gastos al 50-50 (siempre y cuando la situación lo permita), conocer su plato favorito y procurar ponerlo al alcance en cada fecha especial; en el otro extremo encontramos los que repiten te quiero (o te amo) que se cuentan por cientos a mitad de semana. Las palabras suenan huecas, fenómenos que se repiten para llenar de regocijo el vacío propio y no por alguna duda que pudiera tener la persona “amada”, eso por citar el caso de las parejas. Si tocamos el plano de los amigos nos complicamos aun más.
Ambos casos son aceptables desde el punto de vista de la razón, son intentos por demostrar afecto, sin embargo, en ocasiones esos gestos evitan la “auto-transparencia”.
Es solo un quizás que puede ser valido: quizás tratamos de llenarnos o tapar huecos realizando rictus que se convierten en costumbre pero con el que no nos sentimos identificados y que solo ocultan nuestros verdaderos sentimientos o deseos.
Puede doler pero es mejor ser honesto, más que con los demás, con nosotros mismos.