esta zamba te lo pide.
Te pide mi corazón
que no me olvides, que no me olvides.
Deja el recuerdo caer
como un fruto por su peso.
Yo sé bien que no hay olvido
que pueda más que tus besos.
Yo digo que el tiempo borra
la huella de una mirada,
mi zamba dice: no hay huella
que dure más en el alma
“Zamba del olvido”. Jorge Drexler
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Animada por el desconcierto tomo mi olvidado teclado y dejo fluir mis dedos. Después de tanta agua caída hoy es un día en el que no puedo olvidar el sol.
Solo cuando no está somos capaces de extrañar sus virtudes, las mismas que nos molestaron porque no fuimos capaces de valorar en su justa dimensión. Mientras estamos de pie en una esquina cualquiera o sentados tratando de olvidarnos de la gota de sudor que resbala por nuestra sien, sólo somos capaces de maldecir al astro rey, otros se limitan a elevar sus plegarias para que una nube lo oculte y cuando por fin ocurre rogamos porque vuelva a calentarnos, a darnos su luz y brillantez en la alborada… nosotros, como almas caribeñas, lo extrañamos.
Incluso en las noches no hacemos más que desear que llegue su fuego.
En algunos momentos es difícil captar la complejidad de los seres humanos, es algo que va más allá de lo explicable; un momento estamos ansiosos porque termine el calor y al llegar el invierno no hacemos otra cosa que anhelar los rayos de sol.
¿Te has sentado a apreciar la belleza que impregna el sol a las cosas que toca? Es como si sus tonos lo cambiaran todo, como si adquirieran un extraño primor, las pieles con su brillo, el encanto de unos ojos iluminados, la forma sutil en la que nos recuerda la importancia de tomar agua, como tiñe el mar con sus estelas.
Recién cuando no está lo comenzamos a apreciar y a desear que vuelva, que caliente hasta quemar si así lo prefiere pero que jamás se aparte de nosotros y que llene de luz y calor todo a su paso.
Quisiera decir que prefiero estos días de lluvia… pero comencé a extrañar el sol que apenas se ocultó.