jueves, 21 de julio de 2011

Renuncia

Al final de este viaje
en la vida quedaran
nuestros cuerpos hinchados de ir
a la muerte, el odio, al borde del mar…
al final de este viaje
en la vida quedara
nuestro rastro invitando a vivir
por lo menos por eso es que estoy aquí.

Somos prehistoria que tendrá el futuro,
somos los anales remotos del hombre,
estos años son el pasado del cielo,
estos años son cierta agilidad
con que el sol te dibuja en el porvenir,
son la verdad o el fin…
son Dios.

Al final de este viaje
en la vida quedara
una cura de tiempo y de amor,
una gasa que envuelva un viejo dolor.
Al final de este viaje
en la vida quedaran
nuestros cuerpos tendidos al sol
como sabanas blancas después del amor.

Al final del viaje esta el horizonte,
al final del viaje partiremos de nuevo,
al final del viaje comienza un camino,
otro buen camino que seguir descalzos
contando la arena, al final del viaje
estamos tu y yo, intactos...

Quedamos los que puedan sonreír
en medio de la muerte, en plena luz
en plena luz, en plena luz...


‘Al final de este viaje’. Silvio Rodríguez

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¡Qué curioso! Nunca tienes la más remota idea de cuánto deseas las cosas hasta que renuncias definitivamente a ellas.

Hace unos días me asombraba por varias historias de parejas (no tengo idea de cómo llegamos al tema pero ahí estábamos), al parecer tenían varios años de ‘feliz unión libre’; todo cambió y se puso patas hacia arriba porque firmaron un simple trozo de papel. La ternura se esfumó y con ella la espontaneidad, a partir de ese momento todo fue como la lectura de un guión gastado y carente de sentido. Al parecer renunciar a “su libertad” todo lo cambiaba.

Recuerdo con mucha nostalgia la sensación extraña en el estomago cada vez que íbamos por tiendas llenas todas las cosas que puede soñar una niña, por algún especial motivo me embargaba la ilusión de que me sorprendieran en mi cumpleaños o navidad quizás con algún objeto de ese lugar de ensueño. Años más tarde me enteré de que esa sensación eran mariposas, en mi caso era más parecido a un tren. Supongo que había un propósito en el paseo porque de una forma o de otra siempre compraban para mí lo que más me había llamado la atención (si la economía lo permitía).

Los años han pasado y ahora puedo recordar que la sensación se esfumaba desde que poseía mi ‘sueño’, al colocarlo en una esquina después de usarlo por varias horas corridas parecía carecer de sentido. Varios meses debían transcurrir antes que algún miembro de la familia diera un nuevo lugar o destino a mi regalo, esa era el momento en que sentía que me faltaba algo, que mi espacio estaba vacío, que me habían desprendido un poco de mí.

Al meditar sobre esto caigo en cuentas: si queremos saber cuán importante es algo para nosotros lo único que debemos hacer es renunciar para siempre a la idea de obtener eso que deseábamos; justo en ese instante comenzaremos a imaginar lo que significaría vivir con y para ello, comenzaremos a suspirar, a anhelar, a gritar con desesperación porque algo le falta a la propia existencia… analicemos por breves instantes… ¡no es otra cosa que aquello a lo que ya hemos renunciado, incluso de manera voluntaria!

Alguien muy cercano decidió que sus repetidas decepciones amorosas no eran más que el detalle concluyente que necesitaba para renunciar a la idea de casarse y tener una familia como lo soñó desde niña. Esa misma semana todos nos sorprendimos al verla seleccionando vestidos de novia, preguntando sobre el más favorecedor para su estilo y figura, combinaba colores, veía zapatos, opciones para decorar… por instantes daba la idea de que ocultaba la fecha del gran acontecimiento pero no era así, ella sólo se percató de cuánto quería casarse de un modo tradicional y cursi cuando renuncio a ello para siempre jamás.

Desde ese momento he comenzado a renunciar a muchas cosas para siempre jamás a sabiendas, claro está, de que esa expresión en la práctica no existe y que invariablemente podemos revertir esa clase de decisiones y vivir, soñar y anhelar pero también hacer realidad esas pequeñas cosas que nos hacen grandes personas.

miércoles, 13 de julio de 2011

De Eva...

Aquí hace menos frío
que en la calle,
hay leña para un fuego,
no mucha pero, bueno,
un poco de calor
no viene mal.

Aquí hay una canción
que nos descansa,
un hueco para el alma,
sentirse como en casa,
un alto en el camino
nada más.

Aquí hace menos frío
que en la calle,
los labios para un beso,
oídos para un sueño,
la brisa que precisa
tu dolor.

Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
y no se descubre nada, nada de las cosas
que ha escuchado y desespera.

Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero se abraza a lo que tiene
y se levanta con la fuerza que le queda.

Pasa, entra
no importa lo que fue porque será
lo que será y alguna forma encontrarás
para pasar por esa puerta.

Pasa, entra
después de algún traspiés algún color
dibujará lo que hace falta
para estar de nuevo en pie
y no perder fuerza.

Pasa, entra
y siente que hay quien duda como tú
pero no tiene más canción
que la que sabe y la cantó
y si no la sabe tararea.

“Pasa”. Pedro Guerra

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Las caricias vacías en noches llenas de soledad lograban acallar las lágrimas del corazón.

Su necesidad de amar superaba el miedo a ser usada como objeto deshechable…

Se abandonaba en cualquier abrazo mientras sentía el sudor que la empapaba y oía palabras que nunca podía entender, mucho menos recordar; fingía ser feliz por el breve tiempo en el que su respiración aun estaba agitada.

Le complacía la idea de que alguien la amara, por eso se entregaba sin medida hasta perder el aliento en ello, como si no quisiera despertar; conservaba la esperanza de morir en los brazos un hombre que fingiera quererla con el mismo fervor con ella se entregaba toda… para Eva no era posible que alguien pudiera amarla con la pasión que anhelaba.

Ese día en particular quería sentirse acompañada, no importaba quién llegara, bastaba con que quisieran tocarle la piel y dejar intacta su alma, alguien que pretendiera llegar a su corazón, aunque jamás se apartó de la realidad y supo en su interior que usarían vacuos artilugios para llenar su mundo de ilusiones momentáneas. Eva sabía que el momento de despertar llegaría irremediablemente en pocas horas.

Esta vez no esperó a que sonara el teléfono y tomó la iniciativa agenda en mano. Quería vivir su propia fantasía. Al otro lado nadie contestaba y de alguna extraña forma se sintió aliviada sin entender por qué.

Sólo le alcanzaron las fuerzas para ponerse de pies y deslizarse a la ducha, permitiendo que las gotas que manaban de sus ojos se confundieran con el agua caliente que resbalaba por su cuerpo.