yo soy un pasajero,
no quiero llevarme nada,
ni usar el mundo de cenicero.
Estoy aquí sin nombre,
y sin saber mi paradero.
Me han dado alojamiento en el más antiguo
de los viveros.
Si quisiera regresar,
ya no sabría hacia dónde,
pregunto al jardinero,
y el jardinero no me responde;
hay gente que es de un lugar,
no es mi caso…
Yo estoy aquí, de paso.
El mar moverá la luna
o la luna a las mareas.
Se nace lo que se es
O se será aquello en lo que se crea.
Yo estoy aquí perplejo,
no soy más que todo oídos,
me quedo con mucha suerte con
tres mil millones de mis latidos.
Si quisiera regresar
Ya no sabría hacia cuándo…
El mismo jardinero debe estárselo preguntando.
Hay gente que es de un lugar,
no es mi caso.
Yo estoy aquí…de paso.
“Tres mil millones de latidos”. Jorge Drexler.
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Eva parecía haber madurado, su mirada tenía un nuevo brillo. No dejaba de releer esa carta que hablaba amor, distancia y cambios pero aun así sonreía, sentada justo allí, frente al mar.
Con la fuerza misma del aire llegaban a ella las palabras de su último Adán, ese al que sin dudar quería seguir al mismo infierno si él lo hubiera pedido. Reía, lloraba y empuñaba con fuerza aquella carta.
En aquel momento cerró sus ojos. Inspiró largamente y llenó todo su cuerpo con esa sensación que solo podía causarle el olor a mar, sintió liberar todas sus cargas y llenarse de nuevas energías. Sus pies tocaban la arena pero su cabeza estaba en el cielo, su corazón en el mar.
Allí, lejos de sentir los limites que imponía el agua, se sentía libre por fin, libre para sentir amor, para soltar, para cargar, para sincerarse con su propio corazón.
No pretendió engañarse, pensó en sus zapatos rojos, esos que le hacían pensar que no había camino con final, pensó en empuñar sus llaves y hacer de cuenta que Adán jamás pronunció las palabras que deshicieron sus sueños, que esa carta nunca había llegado, recordó la luz que solía languidecer al final del pasillo avisando que era el momento de abrir aquella agenda otra vez.
Eva tenía un motivo distinto para aferrarse a su destino, quizás un nuevo destino que la llenaba y atemorizaba por igual. Jamás estaría sola, nunca más la incertidumbre de descubrir si un diferente Adán llegaría y se convertiría en el indicado. A este desconocido ya lo amaba aun sin verlo, sin tocarlo… sin haber hecho más que sentirlo crecer dentro de ella.