martes, 14 de febrero de 2012

Eva, sola...

Acuérdate de mí cuando me olvides,
que allí donde no estés iré a buscarte
siguiendo el rastro que en el cielo escribes
las nubes que van a ninguna parte.

Acuérdate de mí
en tus plegarias
y búscame con los ojos cerrados
entre la muchedumbre solitaria
yo tampoco te quiero… demasiado.

Por ver volar los peces de colores
hicimos agujeros en el agua
preocupados en los alrededores
siempre en la dimensión equivocada.

Mujer de sombras y de melancolía
volvamos al Edén que nunca has ido
a celebrar con las copas vacías
el gusto de no habernos conocido.

Como te tomo, me doy
Como te busco, te evito
Como me vengo, me voy
Como me pongo, me quito
Como te falto, te sobro
Como te falto, te sobro
Como me callo, te digo
Como me callo, te digo
Como te pago, me cobro
Como te extraño, te olvido

“Acuérdate de mí”. Joaquín Sabina

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Aunque ahora había encontrado las fuerzas necesarias para ver la vida de un nuevo modo, en su paseo por la plaza, Eva no podía dejar de mirar atrás, como si algo la persiguiera. Esa tarde ocre en la que buscaba con desesperación ese rayo mandarina que le confirmara que el sol había estado ahí. Solo veía un cielo pardo y sus ojos se tornaban sin advertirlo buscando esa compañía que por momentos sentía a su lado.

No era secreto, todo estaba dentro de ella, la fuerza para ver el sol tras un cielo gris y también la posibilidad de ir más allá de las nubes donde la luz siempre esperaría por ella sin importar nada; solo necesitaría unos segundos para subir y atravesar ese obstáculo que le impedía bañarse en la calidez del astro rey.

Obvió todo deseo consciente, solo se deslizó en la banca que estaba justo a su costado queriendo pasar desapercibida. Por ese un segundo sintió ser invisible, nadie interrumpía su total silencio. Cerró los ojos sin apretarlos, solo quería oírse, esta vez sin una luz deslumbrándola, distrayendo sus sentidos, sin las olas del mar que lograban hipnotizarla, sin la presencia que extrañamente sentía a su lado al caminar, sólo la tranquilidad, el ocre, el silencio, su respiración. Ahora todo era presente, vívido y real.

Se concentró tanto que logró escuchar sus propios latidos, fue como sumergirse en el agua. Por primera vez sintió silenciarse las voces en su cabeza, el ruido que le impedía escucharse, era un instante que quería prolongar por siempre.

Eva no se apresuró a abrir los ojos, todo era perfecto. Esta vez no necesitó el resplandor del sol para sentirse feliz, esta vez prefirió las nubes, sus nuevas aliadas, ellas la ayudaron a escuchar, a ver, a sentir lo que realmente necesitaba.

Era uno de esos extraños momentos en la vida de Eva en que sentía estar completa, tranquila, cómoda con su propia compañía, descubriendo a la persona más cercana que jamás conoció…. Ella misma.