domingo, 27 de enero de 2013

Eva... Y su luz!


Raíz que debo a mis viejos, 
a mis hijos y a los besos, 
que me guardo y que no di. 

Raíz que busco y no encuentro, 
que vive oculta en los versos 
que no escribo y que perdí. 

Raíz de todos nosotros, 
raíz que aguarda en los ojos, 
que hacen guardia para ver. 

Raíz abierta a la vida, 
raíz hoguera y guarida, 
raíz que está por hacer.

Raíz dormida en la tierra, 
raíz que enreda mis piernas 
y me toca el corazón. 

Raíz que gana mis guerras, 
la guerra contra la guerra 
y el estado del dolor.

Raíz de toda la gente, 
raíz que esquiva la muerte, 
que me enseña dónde ir. 

Raíz que roza lo incierto, 
raíz que abrazo y me invento 
para así sobrevivir.

¿sin esa raíz 
qué será?

'Raíz'. Pedro Guerra
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Sus ojos estaban cerrados, sus manos abiertas, cabello suelto, el reflejo del sol en ellos parecía una extensión del atardecer, su silueta estaba más hermosa que de costumbre, no sabría explicar cómo se confundida con la naturaleza que la rodeaba en ese momento. Su respiración era lenta y profunda como quien disfruta de la libertad después de un largo cautiverio.

Cuando volví a ver a Eva de frente parecía otra persona; al abrir sus ojos noté un extraño brillo, al verme enmarcó sus labios con una sonrisa, no dijo nada, solo me miraba y sonreía. Me costó tanto romper su silencio, tuve miedo de ver su sonrisa desaparecer... estaba radiante, toda ella exudaba calma, paz.

Me costó bastante pero me atreví a dar el paso, -Hola Eva!- dije tímidamente, no hice preguntas. Sus ojos me comenzaron a seguir como queriendo regalarme de su paz, de su sonrisa y su ser.

Extrañamente a ella no le costó hablar. Me contó de su carrera, de ese día que probó suerte con su calzado deportivo sin tener claro dónde iba o qué buscaba.

Eva me contó que esa noche encontró motivos para llorar y lloró, para reír y rió, para desplomarse de cansancio, cosa que también se permitió; me contaba en detalle cuánto sufrieron sus manos y rodillas al caer, cómo no le importó; me contó que desde aquel día corrió con sus pies todos, con su mente y su alma. Era la primera ocasión que no iba a los lugares sin buscar edenes o Adanes, sin buscar culpables o responsables.

Seguía sonriéndome mientras proseguía su relato con marcada calma; yo no quería romper la magia del momento, después de tantos años, de tantos momentos, Eva se mostraba sin dolor, lados ocultos o historias ambiguas.

Aunque el sol se había marchado Eva seguía irradiando la misma luz, mirando con el mismo brillo en sus ojos, enmarcando su labios con esa hermosa sonrisa.

Sus pies descalzos no parecían extrañar los tacones rojos, sus brillantes ojos no se perdían en un mar de preguntas sin respuesta, el pecado original dejó de ser obsesión, los nombres se convirtieron en una mezcla de sonidos con los que iniciaba un viaje a través de las palabras y no de la predestinación.

Eva hablaba de una génesis pero a mí no me importaba, ella era feliz y era lo que importaba; los motivos eran suyos, exactamente igual que la realidad que comenzaba a vivir... una que le iluminaba los ojos y que pudo pintar una sonrisa en sus labios...

martes, 1 de enero de 2013

Eva... ¿dónde vas?

¿A dónde van las palabras que no se quedaron? 
¿A dónde van las miradas que un día partieron? 
¿Acaso flotan eternas, como prisioneras de un ventarrón? 
¿O se acurrucan, entre las rendijas, buscando calor? 
¿Acaso ruedan sobre los cristales, cual gotas de lluvia que quieren pasar? 
¿Acaso nunca vuelven a ser algo? 


¿En qué estarán convertidos mis viejos zapatos? 
¿A dónde fueron a dar tantas hojas de un árbol? 
¿Por dónde están las angustias, que desde tus ojos saltaron por mí? 
¿A dónde fueron mis palabras sucias de sangre de abril? 
¿A dónde van ahora mismo estos cuerpos, que no puedo nunca dejar de alumbrar? 
¿Acaso nunca vuelven a ser algo? 

¿A dónde va lo común, lo de todos los días? 
¿El descalzarse en la puerta, la mano amiga? 
¿A dónde va la sorpresa, casi cotidiana del atardecer? 
¿A dónde va el mantel de la mesa, el café de ayer? 
¿A dónde van los pequeños terribles encantos que tiene el hogar? 
¿Acaso nunca vuelven a ser algo? 

¿Acaso se van? 
¿Y a dónde van? 
¿A dónde van?

"¿A dónde van?". Silvio Rodríguez

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Y se olvidó de su búsqueda del Edén y de Adán. Eva estaba decidida a respirar, a ver colores, a salir, a estar presente para ella misma.

El cielo anunciaba que ya era hora. El mandarina de ese atardecer se mezclaba con el plomizo que anunciaba negrura. Un extraño color amarillento teñía todo en su entorno. Nada escapaba al encanto de un moribundo astro rey.

Las certezas de antes ahora se borraban, solo importaba la imagen en el espejo y el coraje en sus ojos. Decisión.

Calzado deportivo. ¡Extraña elección! Lejos de esos tacones carmesí que le recordaban el pecado y su incesante exploración, esa que parecía interminable; la misma que la llevó por tantas calles con el mismo nombre, por tantas plazas desiertas, la misma que le hizo ver sus límites reflejados en el mar mientras deseaba encontrar su océano.

Eva seguía amarrando las agujetas del calzado blanco y cómodo, decidida a dar ese primer paso, luego el segundo, luego el tercero... pero aun no estaba en pie, a penas amarraba los cordones de sus zapatillas de correr.

No recordó cómo había llegado hasta la puerta, cómo había bajado las escaleras, cómo había comenzado a caminar, a trotar... a correr.

Se perdió entre el amarillo, el naranja y ese extraño tinte presagio de oscuridad, de solitaria noche. Solo corría, no importaba el destino, pie detrás de pie.

Eva ya tenía muy claro que no podía escapar de ella misma. Corría para encontrarse y fue allí, en medio de la oscuridad donde halló las piezas del rompecabezas que encajaban a la perfección; no las que completaban el cuadro pero si las necesarias para comprender que el paisaje seguía en formación y que ahora se encontraba en el camino correcto.

Sonrió. Le pareció gracioso que cuando decidió ver los colores la oscuridad cobrara sentido y le abriera la puerta que tantas veces intentó atravesar.