lunes, 6 de mayo de 2013

El sonido, la puerta... Eva!


Se dice que el ansioso 
esconde un alma en paz, 
viajero o misionero 
va lejos mucho más 
Si miro hasta el cielo 
o dentro mío, no sé, 
ya nada importa mucho 
si puedo con sinceridad 
saber que lo intenté 

Viajé por tantos lados 
en la imaginación 
estamos siempre andando 
sin tiempo ni razón; 
¿quién sabe las respuestas? 
¿quién puede elegir 
si existen diferencias? 
sabemos que hay, en cada ser 
deseos de vivir 

La brisa que acaricia 
con suavidad el mar 
y todas las gaviotas 
que vuelan sin cesar 
lo veo y lo siento 
y no lo sé explicar 
espléndido momento 
sentir llover 
y el sol nacer 
vivir y disfrutar 

Como el mar y su creciente 
va la gente al andar, 
como el viento y su corrida 
va la vida al andar 
como el sol a la mañana 
que reclama el andar, 
atesoro el momento 
vivo y siento, 
es mi intento 
y lo hago al andar!

"El Andar". ABBA

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Ya había probado todas las formas posibles para cambiar su vida, todas las limpiezas de armario, todas las noche en vela y días despierta, cambio de calzado, colores, formas, su casa, los cuadros, los recuerdos... todo cuanto pudo hacer hizo para cambiar los sentimientos que le perseguían y amenazaban con acabar cada falsa bella historia de amor que comenzaba con cada nuevo equivocado Adán.

Si Eva caminaba con la cabeza baja, en esta ocasión, lo hacía por dolor o miedo de volver a sentirlo correr por sus venas, por el temor de sentir quemar sus entrañas con otra historia fallida de entrega sin respuesta; ya no lloraba, solo suspiraba.

La vida se convirtió para ella en una gran carrera en la que se seguía por impulsos, a fuerza de no entregarse a la muerte o al olvido, ese olvido que siempre temió y que de a ratos buscaba desesperadamente. En cierta forma Eva estaba cansada de sí misma y no encontraba manera de acabar con tanto dolor y espera, con tantas ilusiones vanas y rotas, con el vacio en su cama, con los príncipes que una vez besados se convertían en sapos, con los sapos que jamás se convertían en príncipes.

Las estaciones pasaban, los escenarios cambiaban con pasmosa rapidez pero Eva era la misma que esperaba sin esperanzas y embarcada en un fatalismo que nadie lograba explicarse. Una vez más con la desesperanza que le provocaba la soledad que sentía, acompañada sólo por personas y jamás por el amor.

Le costaba dar crédito a lo que oía... esta vez no era el teléfono, fue el timbre de la puerta, imposible creerlo, nadie jamás se acercó ahí, nunca hubo interés de trasladarse hasta ese lugar; una vez más sonaba el timbre, Eva estaba tan imbuida en sus pensamientos que no alcazaba a entender cómo era posible que eso pasara...

-Tocan la puerta equivocada- pensó, mientras comenzaba a acomodarse nueva vez entre sus cojines, justo en ese momento, escuchó lo que parecía unas manos en la madera. Tres toques confirmaban la firmeza y determinación de la persona al otro lado.

-Eva... Vine por ti!- Las palabras que siempre quiso oír eran pronunciadas y no podía pararse de aquel sofá porque seguía paralizada por el miedo... el miedo que le helaba las manos, el corazón y el alma; el temor de estar a las puertas del paraíso y no saber cómo ganarlo, el temor de estar escuchando la voz de Adán y no reconocerla... o de que no fuera Adán aquel que tocaba esa puerta y darse cuenta una vez que la puerta ya estuviera abierta.