Entre el olvido y la memoria,
Entre la nieve y el sudor.
Será mejor que aprendas a vivir
Sobre la línea divisoria
Que va del tendió a la pasión.
No dejes que te impidan galopar
Ni los ladridos de lo perros
Ni la quijada de caín.
Que no te dé el insomnio por contar
Las gaviotas del desierto,
Las amapolas de parís.
Te engañas si me quieres confundir
Esta canción desesperada
No tiene orgullo ni moral
Se trata sólo de poder dormir
Sin discutir con la almohada
Dónde está el bien, dónde está el mal.
La guerra que se acerca estallará
Mañana lunes por la tarde
Y tú en el cine sin saber
Quién es el malo mientras la ciudad
Se llana de árboles que arden
Y el cielo aprende a envejecer.
Y sal de ahí
A defender el pan y la alegría.
Y sal de ahí
Para que sepan que
Esta boca es mía.
"Esta boca es mía". Joaquín Sabina.
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Eva pensó que la vida pasaba igual que siempre: sin cambios
en la rutina que se había impuesto, el sol brillaba cada día y se obligaba a disfrutarlo, igual que su nueva vida.
Había hecho muchos cambios y pensó que jamás necesitaría volver
al pasado, nunca más la mirada perdida en los hermosos atardeceres que solía
ver a través de su portal, jamás la tristeza de soledad en fines de semana y ni
hablar de aquella libreta que encerró con llave porque la idea de botarla le
laceraba el alma.
Ese día solo unos segundos sirvieron para
volver a ella toda aquella barahúnda que siempre soñó con borrar, olvidar,
desaparecer. La lista de nombres que le atormentaban era ahora más extensa, los recuerdos de
amores eternos que nunca vieron amanecer en su almohada, la felicidad que
siempre sentía escurrir por sus dedos.
En ese instante las preguntas eran martillos: ¿Por
qué recordar todo lo que no quería? ¿Por qué el vacío? ¿Por qué los
por qué? Todo había vuelto de golpe, todo estaba frente a ella, Eva recordó su
nombre y suspiró.
Ahora era solo ella, ya no más excusas para cambios
temporales, otra vez era solo la asustadiza mujer frente al espejo, sus temores
a flor de piel, la soledad que volvía para acompañarla, las rutinas que la
abrumaban, aquella fuerza que necesitaba y ya no encontraba.
Eva se acostó con la esperanza de que el amanecer marcara el
final de la pesadilla en la que se sentía, el punto final de la triste oración a
la que había regresado y repasado, los colores que solo imaginaba pero que jamás
apreciaba.