lunes, 23 de julio de 2012

Te doy mis ojos...


Es mejor ser alegre que estar triste
La felicidad es la mejor cosa que existe
Es como una luz en tu corazón
Pero para hacer una samba con belleza
Se necesita mucho de la tristeza
Un poco de tristeza

Un poco que pide a gritos
Un poco que se siente añoranza
Una belleza que viene de la tristeza

Un buen samba es una forma de oración
Debido a que la samba es la tristeza que se mece
Y la tristeza siempre tiene una esperanza,
la tristeza siempre tiene una esperanza
De un día no ser triste.

"SAMBA DA BENCAO" (Frangmentos). Vinicius de Moraes. 
*Interpretación libre...
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El mundo está perdido entre las perfectas piernas de una actriz del momento y averiguar cómo lucía un sex symbol en su adolescencia, las promociones, los astros, vida social, moda, lectura resumida de libros vacios, la lluvia ácida...

Todos caminan como si no importara más que su propio destino.

Lento el andar se percibe mejor.

Las gotas de lluvia caen, todos apresuran los pasos como si imploraran un minuto más antes de resguardarse, la lluvia parecía dañar sus planes.

Sin apurar el paso y uno tras otro se nota la diversidad, las sonrisas tímidas de las señoras que no olvidan sus costumbres, el desenfreno de los jóvenes que no advierten nada más que sus temas de conversación, las ganas de prolongar el tiempo del señor en esa esquina con una copa en la mano y un habano en la otra.

Las calles se despejan, las esquinas se atiborran. Las noches sin estrellas siempre fueron tristes.

Un niño reta la lluvia con su tímida mano que sale inadvertida de su guarida, sonríe. Lo mira todo como si con ello descubriera que la vida es inmensa y maravillosa. Mira una luz que fugaz pasa de él y vuelve a sonreír.

Los últimos comercios cierran sus puertas y todo es aun más solitario. Los enamorados encuentran en los rincones oscuros sus cómplices. Apesta el puro barato de la esquina con luz.

Una mujer en harapos se pasea a sus anchas, mira el cielo y habla sola.

En el parque los ancianos no parecen percatarse de la llovizna que los moja, ni del paso de las horas; sentados en sus bancos negros y oxidados repasan recuerdos y comparten anécdotas.

Nadie reparaba en la soledad de la estatua, ya sucia y olvidada o en las hojas caídas que formaban la sonora alfombra por la que pasaban, tampoco en el parlante que anunciaba el fin del mundo.

No hubo estrellas... ni luna que atestiguara todo aquello. Solo dos ojos que no tuvieron más opción que guardar esas imágenes hasta el fin de sus días.

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